Adela era una joven despreocupada para su época, mientras las mujeres permanecían
en casa atendiendo a los hombres de su familia, ella prefería la vida sin
compromisos, vagaba ya entrada la noche en quien sabe donde, a pesar de la
preocupación de sus padres.
Una
de tantas noches, se encontró en su camino con un hombre alto, de aspecto
elegante, de impecable traje negro compuesto por una chaqueta corta, una
camisa, un pantalón ajustado y un sombrero de ala ancha. Circulaba a lomo de un
caballo enorme y de color azabache. Que impresionó a la joven al instante por
su gran porte, mirada elocuente y palabras cálidas.
Tras una amable conversación Adela aceptó aligerar el
viaje y consintió a montar
el caballo. En el justo instante que ella estuvo en el lomo del
animal, este creció el doble de su tamaño, ardiendo en llamas, le impidió el
escape, al escuchar los gritos de espanto de la joven, algunos salieron en su
auxilio, solo para darse cuenta de que ella era ya propiedad del Diablo,
que en forma de charro negro cabalgaba todas las noches por los alrededores de
la Ciudad de México en busca de un alma incauta que llevar a sus dominios.
Por
ella no pudo hacerse nada, solo la vieron arder en llamas sobre el caballo,
ahogándose en sus propios gritos de dolor y desesperación.
Nada malo puede decirse del Charro
Negro si el
viajero se limita a permitir su compañía hacia su lugar de residencia; si se
acerca el amanecer, se despedirá cortésmente y se marchará lentamente, al igual
que si el sendero que recorre lleva a las cercanías de una iglesia.
Y así la leyenda del Charro Negro fue una de las leyendas más temidas en
la época de los abuelos.
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