miércoles, 12 de julio de 2017

Romeo y Julieta (Novela completa)

Romeo y Julieta
Obra escrita por William Shakespeare


PRÓLOGO 

CORO.- En la hermosa Verona, donde acaecieron estos amores, dos familias 
rivales igualmente nobles habían derramado, por sus odios mutuos, mucha 
inculpada sangre. Sus inocentes hijos pagaron la pena de esos rencores, que 
trajeron su muerte y el fin de su triste amor. Sólo dos horas va a durar en la 
escena este odio secular de razas. Atended al triste enredo, y supliréis con 
vuestra atención lo que falte a la tragedia. 



ACTO PRIMERO 

ESCENA PRIMERA 


ESCENA I 

Calle 


(CAPULETO, PARIS y un CRIADO) 


CAPULETO.- La misma orden que a mí obliga a Montesco, y a nuestra edad 
no debía ser difícil vivir en paz. 
PARIS.- Los dos sois iguales en nobleza, y no debierais estar discordes. ¿Qué 
respondéis a mi petición? 
CAPULETO.- Ya he respondido. Mi hija acaba de llegar al mundo. Aún no 
tiene más que catorce años, y no estará madura para el matrimonio, hasta que 
pasen lo menos dos veranos. 
PARIS.- Otras hay más jóvenes y que son ya madres. 
CAPULETO.- Los árboles demasiado tempranos no prosperan. Yo he confiado 
mis esperanzas a la tierra y ellas florecerán. De todas suertes, Paris, consulta tú 
su voluntad. Si ella consiente, yo consentiré también. No pienso oponerme a 
que elija con toda libertad entre los de su clase. Esa noche, según costumbre 
inmemorial, recibo en casa a mis amigos, uno de ellos vos. Deseo que piséis 
esta noche el modesto umbral de mi casa, donde veréis brillar humanas 
estrellas. Vos, como joven lozano, que no holláis como yo las pisadas del 
invierno frío, disfrutaréis de todo. Allí oiréis un coro de hermosas doncellas. 
Oídlas, vedlas, y elegid entre todas la más perfecta. Quizá después de maduro 
examen, os parecerá mi hija una de tantas. Tú (al criado) vete recorriendo las 
calles de Verona, y a todos aquellos cuyos nombres verás escritos en este 
papel, invítalos para esta noche en mi casa. (Vanse Capuleto y Paris.) 

CRIADO.- ¡Pues es fácil encontrarlos a todos! El zapatero está condenado a 
usar la vara, el sastre la horma, el pintor el pincel, el pescador las redes, y yo a 
buscar a todos aquellos cuyos nombres están escritos aquí, sin saber qué 
nombres son los que aquí están escritos. Denme su favor los sabios. Vamos. 

CRIADO.- Buenos días. ¿Sabéis leer, hidalgo? 
ROMEO.- Ciertamente que sí. 
CRIADO.- ¡Raro alarde! ¿Sabéis leer sin haberlo aprendido? ¿Sabréis leer lo 
que ahí dice? 
ROMEO.- Si el concepto es claro y la letra también. 
CRIADO.- ¿De verdad? Dios os guarde. 
ROMEO.- Espera, que probaré a leerlo. “El señor Martín, y su mujer e hijas, el 
conde Anselmo y sus hermanas, la viuda de Viturbio, el señor Plasencio y sus 
sobrinas, Mercurio y su hermano Valentín, mi tío Capuleto con su mujer e 
hijas, Rosalía mi sobrina, Livia, Valencio y su primo Teobaldo, Lucía y la 
hermosa Elena.” ¡Lucida reunión! ¿Y dónde es la fiesta? 
CRIADO.- Allí. 
ROMEO.- ¿Dónde? 
CRIADO.- En mí casa, a cenar. 
ROMEO.- ¿En qué casa? 
CRIADO.- En la de mí amo. 
ROMEO.- Lo primero que debí preguntarte es su nombre. 
CRIADO.- Os lo diré sin ambages. Se llama Capuleto y es generoso y rico. Si 
no sois Montesco, podéis ir a beber a la fiesta. Id, os lo ruego. (Vase.) 

BENVOLIO.- Rosalía a quien adoras, asistirá a esta fiesta con todas las 
bellezas de Verona. Allí podrás verla y compararla con otra que yo te enseñaré, 
y el cisne te parecerá grajo. 
ROMEO.- No permite tan indigna traición la santidad de mi amor. Ardan mis 
verdaderas lágrimas, ardan mis ojos (que antes se ahogaban) si tal herejía 
comete. ¿Puede haber otra más hermosa que ella? No la ha visto desde la 
creación del mundo, el sol que lo ve todo. 
BENVOLIO.- Tus ojos no ven más que lo que les halaga. Vas a pesar ahora en 
tu balanza a una mujer más bella que ésa, y verás cómo tu señora pierde de los 
quilates de su peso, cotejada con ella. 
ROMEO.- Iré, pero no quiero ver tal cosa, sino gozarme en la contemplación 
de mi cielo. 


ESCENA II 

En casa de Capuleto 


(La señora de CAPULETO y el AMA) 


SEÑORA.- Ama, ¿dónde está mi hija? 
AMA.- Sea en mi ayuda mi probada paciencia de doce años. Ya la llamé. 
Cordero, Mariposa. Válgame Dios. ¿Dónde estará esta niña? Julieta... 
JULIETA.- ¿Quién me llama? 
AMA.- Tu madre. 
JULIETA.- Señora, aquí estoy. Dime qué sucede. 
SEÑORA.- Sucede que... Ama, déjanos a solas un rato. .. Pero no, quédate. 
Deseo que oigas nuestra conversación. Mi hija está en una edad decisiva. 
AMA.- Ya lo creo. No me acuerdo qué edad tiene exactamente. 
SEÑORA.- Todavía no ha cumplido los catorce. 
AMA.- Apostaría catorce dientes (¡ay de mí, no tengo más que cuatro!) a que 
no son catorce. ¿Cuándo llega el día de los Ángeles? 
SEÑORA.- Dentro de dos semanas. 
AMA.- Sean pares o nones, ese día, en anocheciendo, cumple Julieta años. 
¡Válgame Dios! La misma edad tendrían ella y mi Susana. Bien, Susana ya está 
con Dios, no merecía yo tanta dicha. Pues como iba diciendo, cumplirá catorce 
años la tarde de los Ángeles 
SEÑORA.- Basta ya. Cállate, por favor te lo pido. 
AMA.- Me callaré, señora 
JULIETA.- Cállate ya; te lo suplico. 
AMA.- Bueno, me callaré. Dios te favorezca, porque eres la niña más hermosa 
que he criado nunca. ¡Qué grande sería mi placer en verla casada! 
JULIETA.- Aún no he pensado en tanta honra. 
AMA.- ¡Honra! Pues si no fuera por haberte criado yo a mis pechos, te diría 
que habías mamado leche de discreción y sabiduría. 
SEÑORA.- Ya puedes pensar en casarte. Hay en Verona madres de familia 
menores que tú, y yo misma lo era cuando apenas tenía tu edad. En dos 
palabras, aspira a tu mano el gallardo Paris. 
AMA.- ¡Niña mía! ¡Vaya un pretendiente! Si parece de cera. 
SEÑORA.- No tiene flor más linda la primavera de Verona. 
AMA.- ¡Eso una flor! Sí que es flor, ciertamente. 
SEÑORA.- Quiero saber si le amarás. Esta noche ha de venir. Verás escrito en 
su cara todo el amor que te profesa. Fíjate en su rostro y en la armonía de sus 
facciones. 
SEÑORA.- Di si podrás llegar a amar a Paris. 
JULIETA.- Lo pensaré, si es que el ver predispone a amar. Pero el dardo de 
mis ojos sólo tendrá la fuerza que le preste la obediencia. (Entra un Criado.) 

CRIADO.- Los huéspedes se acercan. La cena está pronta. Os llaman. La 
señorita hace falta. En la cocina están diciendo mil pestes del ama. Todo está 
dispuesto. Os suplico que vengáis en seguida. 
SEÑORA.- Vámonos tras ti, Julieta. El Conde nos espera. 
AMA.- Niña, piensa bien lo que haces. 


ESCENA III 

Calle 


(ROMEO, MERCUTIO, BENVOLIO y máscaras con teas 
encendidas) 

ROMEO.- ¿Pronunciaremos el discurso que traíamos compuesto, o entraremos 
sin preliminares? 
BENVOLIO.- Nada de rodeos. Para nada nos hace falta un Amorcillo de latón 
con venda por pañuelo, y con arco, espanta pájaros de doncellas. 
BENVOLIO.- Llamad a la puerta, y cuando estemos dentro, cada uno baile 
como pueda. 
ROMEO.- ¿Tienes ganas de entrar en el baile? ¿Crees que eso tiene sentido? 
MERCUTIO.- ¿Y lo dudas? 
ROMEO.- Tuve anoche un sueño. 
MERCUTIO.- Y yo otro esta noche. 
ROMEO.- ¿Y a qué se reduce tu sueño? 
MERCUTIO.- Comprendí la diferencia que hay del sueño a la realidad. 
ROMEO.- En la cama fácilmente se sueña. 
MERCUTIO.- Sin duda te ha visitado la reina Mab, nodriza de las hadas. Es 
tan pequeña como el ágata que brilla en el anillo de un regidor. 
ROMEO.- Basta, Mercutio. No prosigas en esa charla impertinente. 


ESCENA IV 

Sala en casa de Capuleto 


(MÚSICOS y CRIADOS) 


CRIADO 1°.- ¿Dónde anda Cacerola, que ni limpia un plato, ni nos ayuda en 
nada? 
CRIADO 2°.- ¡Qué pena me da ver la cortesía en tan pocas manos, y éstas 
sucias! 
CRIADO 1°.- Fuera los bancos, fuera el aparador. No perdáis de vista la plata. 
Guardadme un pedazo de pastel. Decid al portero que deje entrar a Elena y a 
Susana la molinera. ¡Cacerola! 
CRIADO 2°.- Aquí estoy, compañero. 
CRIADO 1°.- Todos te llaman a comparecer en la sala. 
CRIADO 2°.- No puedo estar en dos partes al mismo tiempo. Compañeros, 
acabad pronto, y el que quede sano, que cargue con todo. (Entran Capuleto, su 
mujer, Julieta, Teobaldo, y convidados con máscaras.) 

CAPULETO.- Celebro vuestra venida. Os invitan al baile los ligeros pies de 
estas damas. A la danza, jóvenes. ¿Quién se resiste a tan imperiosa tentación? 
Ni siquiera la que por melindre dice que tiene callos. Bien venidos seáis. 
EL PRIMO DE CAPULETO.- ¡Dios mío! Hace más de 30 años. 
CAPULETO.- No tanto, primo. Si fue cuando la boda de Lucencio. Por 
Pentecostés hará 25 años. 
EL PRIMO DE CAPULETO.- Más tiempo hace, porque su hijo ha cumplido 
los treinta. 
CAPULETO.- ¿Cómo, si, hace dos años, aún no había llegado a la mayor 
edad? 
ROMEO.- (A su Criado.) ¿Dime, qué dama es la que enriquece la mano de ese 
galán con tal tesoro? 
CRIADO.- No la conozco. 
ROMEO.- El brillo de su rostro afrenta al del sol. No merece la tierra tan 
soberano prodigio. Parece entre las otras como paloma entre grajos. Cuando el 
baile acabe, me acercaré a ella, y estrecharé su mano con la mía. No fue 
verdadero mi antiguo amor, que nunca belleza como ésta vieron mis ojos. 
TEOBALDO.- Por la voz parece Montesco. (Al Criado.) Tráeme la espada. 
¿Cómo se atreverá ese malvado a venir con máscara a perturbar nuestra fiesta? 
CAPULETO.- ¿Por qué tanta ira, sobrino mío? 
TEOBALDO.- Sin duda es un Montesco, enemigo jurado de mi casa 
CAPULETO.- ¿Es Romeo? 
TEOBALDO.- El infame Romeo. 
CAPULETO.- No más, sobrino. Es un perfecto caballero, y todo Verona se 
hace lenguas de su virtud, y aunque me dieras cuantas riquezas hay en la 
ciudad, nunca le ofendería en mi propia casa. 
TEOBALDO.- Cuadra, cuando se introduce en nuestra casa tan ruin huésped. 
¡No lo consentiré! 
CAPULETO.- Sí lo consentirás. Te lo mando. Yo sólo tengo autoridad aquí. 
¡Pues no faltaba más! ¡Favor divino! ¡Maltratar a mis huéspedes dentro de mi 
propia casa! ¡Armar quimera con ellos, sólo por echárselas de valiente! 
TEOBALDO.- Tío, esto es una afrenta para nuestro linaje. 
CAPULETO.- Lejos, lejos de aquí. Eres un rapaz incorregible. Cara te va a 
costar la desobediencia. ¡Ea, basta ya! Manos quedas. .. Traed luces... Yo te 
haré estar quedo. ¡Pues esto sólo faltaba! ¡A bailar, niñas! 
ROMEO.- (Cogiendo la mano de Julieta.) Si con mi mano he profanado tan 
divino altar, perdonadme. Mi boca borrará la mancha, cual peregrino ruboroso, 
con un beso. 
JULIETA.- El peregrino ha errado la senda aunque parece devoto. El palmero 
sólo ha de besar manos de santo. 
ROMEO.- ¿Y no tiene labios el santo lo mismo que el romero? 
JULIETA.- Los labios del peregrino son para rezar. 
ROMEO.- ¡Oh, qué santa! Truequen pues de oficio mis manos y mis labios. 
Rece el labio y concededme lo que pido. 
JULIETA.- El santo oye con serenidad las súplicas. 
ROMEO.- Pues oídme serena mientras mis labios rezan, y los vuestros me 
purifican. (La besa.) 
JULIETA.- En mis labios queda la marca de vuestro pecado, 
ROMEO- ¿Del pecado de mis labios? Ellos se arrepentirán con otro beso. 
(Torna a besarla.) 

JULIETA.- Besáis muy santamente. 
AMA.- Tu madre te llama. 
ROMEO.- ¿Quién es su madre? 
AMA.- La señora de esta casa, dama tan sabia cómo virtuosa. Yo crié a su hija, 
con quien ahora poco estabais hablando. Mucho dinero necesita quien haya de 
casarse con ella. 
ROMEO.- ¿Con que es Capuleto? ¡Hado enemigo! 
BENVOLIO.- Vámonos, que se acaba la fiesta. 
ROMEO.- Harta verdad es, y bien lo siento. 
CAPULETO.- No os vayáis tan pronto, amigos. Aún os espera una parca cena. 
¿Os vais? Tengo que daros a todos las gracias. Buenas noches, hidalgos. 
¡Luces, luces, aquí! Vámonos a acostar. Ya es muy tarde, primo mío. Vámonos 
a dormir. (Quedan solas Julieta y el Ama.) 

JULIETA.- Ama, ¿sabes quién es este mancebo? 
AMA.- El mayorazgo de Fiter. 
JULIETA.- ¿Y aquel otro que sale? 
AMA.- El joven Petrucio, si no me equivoco. 
JULIETA.- ¿Y el que va detrás. . . aquel que no quiere bailar? 
AMA.- Lo ignoro. 
JULIETA.- Pues trata de saberlo. Y si es casado, el sepulcro será mi lecho de 
bodas. 
AMA.- Es Montesco, se llama Romeo, único heredero de esa infame estirpe. 
JULIETA.- ¡Amor nacido del odio, harto pronto te he visto, sin conocerte! 
AMA.- ¿Qué estás diciendo? 
JULIETA.- Versos, que me dijo uno bailando. 
AMA.- Te están llamando. Ya va. No te detengas, que ya se han ido todos los 
huéspedes. 

ACTO IV 

ESCENA I 

Jardín de Capuleto 


ROMEO.- ¡Qué bien se burla del dolor ajeno quien nunca sintió dolores. .. ! 
(Pónese Julieta a la ventana.) ¿Pero qué luz es la que asoma por allí? ¿El sol 
que sale ya por los balcones de oriente? Sal, hermoso sol, y mata de envidia 
con tus rayos a la luna, que está pálida y ojeriza porque vence tu hermosura 
cualquier ninfa de tu coro. 
JULIETA.- ¡Ay de mí! 
ROMEO.- ¡Habló! Vuelvo a sentir su voz. ¡Ángel de amores que en medio de 
la noche te me apareces, 
JULIETA.- ¡Romeo, Romeo! ¿Por qué eres tú Romeo? ¿Por qué no reniegas 
del nombre de tu padre y de tu madre? Y si no tienes valor para tanto, ámame, 
y no me tendré por Capuleto. 
ROMEO.- ¿Qué hago, seguirla oyendo o hablar? 
JULIETA.- No eres tú mi enemigo. Es el nombre de Montesco, que llevas. ¿Y 
qué quiere decir Montesco? No es pie ni mano ni brazo, ni semblante ni pedazo 
alguno de la naturaleza humana. 

ROMEO.- Si de tu palabra me apodero, llámame tu amante, y creeré que me he 
bautizado de nuevo, y que he perdido el nombre de Romeo. 
JULIETA.- ¿Y quién eres tú que, en medio de las sombras de la noche, vienes 
a sorprender mis secretos? 
ROMEO.- No sé de cierto mi nombre, porque tú aborreces ese nombre, amada 
mía, y si yo pudiera, lo arrancaría de mi pecho. 
JULIETA.- Pocas palabras son las que aún he oído de esa boca, y sin embargo 
te reconozco. ¿No eres Romeo? ¿No eres de la familia de los Montesco? 
ROMEO.- No seré ni una cosa ni otra, ángel mío, si cualquiera de las dos te 
enfada. 
JULIETA.- ¿Cómo has llegado hasta aquí, y para qué? Las paredes de esta 
puerta son altas y difíciles de escalar, y aquí podrías tropezar con la muerte, 
siendo quien eres, si alguno de mis parientes te hallase. 
ROMEO.- Las paredes salté con las alas que me dio el amor, ante quien no 
resisten aun los muros de roca. Ni siquiera a tus parientes temo. 
JULIETA.- Si te encuentran, te matarán. 
ROMEO.- Más homicidas son tus ojos, diosa mía, que las espadas de veinte 
parientes tuyos. 
JULIETA.- Yo daría un mundo porque no te descubrieran. 
ROMEO.- De ellos me defiende el velo tenebroso de la noche. 
JULIETA.- ¿Y quién te guió aquí? 
ROMEO.- El amor que me dijo dónde vivías. 
JULIETA.- Si el manto de la noche no me cubriera, el rubor de virgen subiría a 
mis mejillas, recordando las palabras que esta noche me has oído. En vano 
quisiera corregirlas o desmentirlas...¿Me amas? Sé que 
me dirás que sí, y que yo lo creeré. 
ROMEO.- Júrote, amada mía, por los rayos de la luna que platean la copa de 
estos árboles... 
JULIETA.- No jures. Aunque me llene de alegría el verte, no quiero esta noche 
oír tales promesas que parecen violentas y demasiado rápidas. 
ROMEO.- ¿Y no me das más consuelo que ése? 
JULIETA.- (Asomada otra vez a la ventana.) Sólo te diré dos palabras. Si el fin 
de tu amor es honrado, si quieres casarte, avisa mañana al mensajero que te 
enviaré, de cómo y cuándo quieres celebrar la sagrada ceremonia. Yo te 
sacrificaré mi vida e iré en pos de ti por el mundo. 
AMA.- (Llamando dentro.) ¡Julieta! 
AMA.- ¡Julieta! 
JULIETA.- Buenas noches. 
ROMEO.- No. ¿Cómo han de ser buenas sin tus rayos? 
JULIETA.- (Otra vez a la ventana.) ¡Romeo! ¡Romeo! 
ROMEO.- ¡Cuán grato suena el acento de mi amada en la apacible noche, 
protectora de los amantes! Más dulce es que música en oído atento. 
JULIETA.- ¡Romeo! 
ROMEO.- ¡Alma mía! 
JULIETA.- ¿A qué hora irá mi criado mañana? 
ROMEO.- A las nueve. 
JULIETA.- No faltará. Las horas se me harán siglos hasta que ésa llegue. No sé 
para qué te he llamado. 
ROMEO.- ¡Déjame quedar aquí hasta que lo pienses! 
JULIETA.- Con el contento de verte cerca me olvidaré eternamente de lo que 
pensaba, recordando tu dulce compañía. 
ROMEO.- Para que siga tu olvido no he de irme. 
JULIETA.- Ya es de día. Vete... 
Triste es la ausencia y tan dulce la 
despedida, que no sé cómo arrancarme de los hierros de esta ventana. 
ROMEO.- ¡Que el sueño descanse en tus dulces ojos y la paz en tu alma! 
¡Ojalá fuera yo el sueño, ojalá fuera yo la paz en que se duerme tu belleza! 


ESCENA II 

Celda de fray Lorenzo 


(FRAY LORENZO y ROMEO) 


ROMEO.- Buenos días, padre. 
FRAY LORENZO.- Él sea en tu guarda. ¿Quién me saluda con tan dulces 
palabras, al apuntar el día? 
Y si no... será 
que has pasado la noche desvelado. 
ROMEO.- ¡Eso es, y descansé mejor que dormido! 
FRAY LORENZO.- Perdónete Dios. ¿Estuviste con Rosalía? 
ROMEO.- ¿Con Rosalía? Ya su nombre no suena dulce en mis oídos, ni pienso 
en su amor. 
FRAY LORENZO.- Bien haces. Luego ¿dónde estuviste? 
ROMEO.- Te lo diré sin ambages. En la fiesta de nuestros enemigos los 
Capuleto, donde a la vez herí y fui herido. 
FRAY LORENZO.- Dime con claridad el motivo de tu visita, si es que puedo 
ayudarte en algo. 
ROMEO.- Pues te diré en dos palabras que estoy enamorado de la hija del 
noble Capuleto, y que ella me corresponde con igual amor. Ya está concertado 
todo, sólo falta que vos bendigáis esta unión. 
FRAY LORENZO.- ¡Por vida de mi padre San Francisco! ¡Qué pronto! 
olvidaste a Rosalía, 
ROMEO.- ¿Pero vos no reprobabais mi amor por Rosalía? 
FRAY LORENZO.- Yo no reprobaba tu amor, sino tu idolatría ciega. 
ROMEO.- ¿Y no me dijisteis que hiciera todo lo posible por ahogar ese amor? 
FRAY LORENZO.- Pero no para que de la sepultura de ese amor brotase otro 
amor nuevo y más ardiente. 
ROMEO.- No os enojéis conmigo, porque mi señora me quiere tanto como yo 
a ella y con su amor responde al mío, y la otra no. 
FRAY LORENZO.- Vamos con calme para no tropezar. 


ESCENA III 

Calle 


(BENVOLIO y MERCUTIO) 


MERCUTIO.- ¿Dónde estará Romeo? ¿Pareció anoche por su casa? 
BENVOLIO.- Por casa de su padre no estuvo. Así me lo ha dicho su 
Criado. 
MERCUTIO.- ¡Pobre Romeo! Esa rubia y pálida niña le ha atravesado el 
corazón a estocadas, le ha traspasado los oídos con una canción de amor, y el 
centro del alma con las anchas flechas del volador Cupido... ¿Y quién resistirá 
a Teobaldo? 
BENVOLIO.- ¿Quién es Teobaldo? 
MERCUTIO.- es el mejor y más diestro 
esgrimidor. Maneja la espada como tú la lengua, 
BENVOLIO.- ¡Aquí tienes a Romeo! ¡Aquí tienes a Romeo! 
MERCUTIO.- Bien roma trae el alma. No eres carne ni pescado. ¡Oh materia 
digna de los versos del Petrarca! Comparada con su amor, 
ROMEO.- Perdón, Mercutio. Tenía algo que hacer, y no estaba el tiempo para 
cortesías. 
MERCUTIO.- Es que yo soy la flor de la cortesía. 
ROMEO.- ¿Cómo no dices la flor y nata? 
MERCUTIO.- Porque la nata la dejo para ti. 
ROMEO.- Cállate. 
MERCUTIO.- ¿Y no es mejor esto que andar en lamentaciones exóticas? 
Ahora te reconozco: eres Romeo, nuestro antiguo y buen amigo. Andabas 
hecho un necio con ese amor insensato 
AMA.- Buenas tardes, señores. 
MERCUTIO.- Buenas tardes, hermosa dama. 
AMA.- ¿Pues hemos llegado a la tarde? 
MERCUTIO.- No, pero la mano lasciva del reloj está señalando las doce. 
AMA.- ¡Jesús, qué hombre! 
AMA.- Bien dicho. Para que echase su obra a perder.. . ¿Pero me podría decir 
alguno de vosotros dónde está el joven Romeo? 
ROMEO.- Yo soy Romeo, a falta de otro más joven. 
AMA.- Si verdaderamente sois Romeo, tengo que deciros secretamente una 
palabra, mi señorita me manda con un 
recado para vos. 
ROMEO.- Ama, puedes jurar a tu señora que... 
AMA.- ¡Bien, bien, así se lo diré, y ha de alegrarse mucho! 
ROMEO.- ¿Y qué le vas a decir, si todavía no me has oído nada? 
AMA.- Le diré que protestáis, lo cual, a fe mía, es obrar como caballero. 
ROMEO.- Dile que invente algún pretexto para ir esta tarde a confesarse al 
convento de Fray Lorenzo, y él nos confesará y casará. Toma este regalo. 
AMA.- No aceptaré ni un dinero, señor mío. 
ROMEO.- Yo te lo mando. 
AMA.- ¿Conque esta tarde? Pues no faltará. 
ROMEO.- Espérame detrás de las tapias del convento, y antes de una hora, mi 
criado te llevará una escala de cuerdas para poder yo subir por ella hasta la 
cima de mi felicidad. Adiós y séme fiel. Yo te lo premiaré todo. Mis recuerdos 
a Julieta. 


ESCENA IV 

Jardín de Capuleto 


(JULIETA y el AMA) 


JULIETA.- Y bien, ama querida. ¡Qué triste estás! ¿Acaso traes malas 
noticias? 
AMA.- Muy fatigada estoy. ¡Qué quebrantados están mis huesos! 
JULIETA.- ¡Tuvieras tus huesos tú y yo mis noticias! Habla por Dios, ama 
mía. 
AMA.- ¡Que mala elección de marido has tenido! ¡Vaya, que el tal Romeo! 
Aunque tenga mejor cara que los demás, todavía es mejor su pie y su mano y 
su gallardía. 
JULIETA.- Calla, calla: eso ya me lo sabía yo. ¿Pero qué hay de la boda? 
dímelo .Pero ¡qué confusión! ¿Qué es en suma lo que te dijo Romeo? 
AMA.- ¿Te dejarán ir sola a confesar? 
JULIETA.- Sí. 
AMA.- Pues allí mismo te casarás. Vete a la celda de Fray Lorenzo. 
. Vete al convento. Yo iré 
por otra parte a buscar la escalera, con que tu amante ha de escalar el nido del 
amor. JULIETA - ¡Y yo a mi felicidad ama mía! 

ESCENA V 



Celda de Fray Lorenzo 


(FRAY LORENZO y ROMEO) 


FRAY LORENZO.- ¡El cielo mire con buenos ojos la ceremonia que vamos a 
cumplir, y no nos castigue por ella en adelante! 
ROMEO.- ¡Así sea, así sea! 
. Junta nuestras manos, y con 
tal que yo pueda llamarla mía, no temeré ni siquiera a la muerte, verdugo del 
amor. 
JULIETA.- Buenas tardes, reverendo confesor. 
FRAY LORENZO.- Romeo te dará las gracias en nombre de los dos. 
JULIETA.- Por eso le he incluido en el saludo. Si no, pecaría él de exceso de 
cortesía. 
ROMEO.- ¡Oh, Julieta! Si tu dicha es como la mía y puedes expresarla con 
más arte, alegra con tus palabras el aire de este aposento y deja que tu voz 
proclame la ventura que hoy agita el alma de los dos. 
FRAY LORENZO.- Acabemos pronto. No os dejaré solos hasta que os ligue la 
bendición nupcial. 

ACTO III 

ESCENA PRIMERA 

Plaza de Verona 


(MERCUTIO, BENVOLIO) 


BENVOLIO.- Amigo Mercutio, pienso que debíamos refrenarnos, porque hace 
mucho calor, y los Capuleto andan encalabrinados, y ya sabes que en verano 
hierve mucho la sangre. 
MERCUTIO.- Tú eres uno de esos hombres que cuando entran en una taberna, 
ponen la espada sobre la mesa, como diciendo: “ojalá que no te necesite”, y 
luego, a los dos tragos, la sacan, sin que nadie les provoque. 
TEOBALDO.- Estad cerca de mí, que tengo que decirles dos palabras. Buenas 
tardes, hidalgos. Quisiera hablar con uno de vosotros Mercutio, tú estás de acuerdo con Romeo. 
BENVOLIO.- Estamos entre gentes. Buscad pronto algún sitio retirado, 
. 
TEOBALDO.- Adiós, señor. Aquí está el doncel que buscábamos. (Entra 
Romeo.) 
MERCUTIO.- Mátenme si él lleva los colores de vuestro escudo. 
TEOBALDO.- Romeo, sólo una palabra me consiente decirte el odio que te 
profeso. Eres un infame. 
ROMEO.- Nunca te agravié. Te lo afirmo con juramento. Al contrario, hoy te 
amo más que nunca, y quizá sepas pronto la razón de este cariño. Vete en paz, 
buen Capuleto, nombre que estimo tanto como el mío. 
TEOBALDO.- ¿Qué me quieres? 
MERCUTIO.- Rey de los gatos, sólo quiero una de tus siete vidas, y luego 
aporrearte a palos las otras seis. 
ROMEO.- Detente, amigo Mercutio. 
MERCUTIO.- Adelante, hidalgo. Enseñadme ese quite. (Se baten.) 
ROMEO.- Saca la espada, Benvolio. Separémoslos. ¡Qué afrenta, hidalgos! 
¡Oíd, Teobaldo! ¡Oye, Mercutio! ¿No sabéis que el Príncipe ha prohibido sacar 
la espada en las calles de Verona? Deteneos, Teobaldo y Mercutio. (Se van 
Teobaldo y sus amigos.) 
MERCUTIO.- Mal me han herido. ¡Mala peste a Capuleto y Montesco! Me 
hirieron y no los herí. 
ROMEO.- ¿Te han herido? 
MERCUTIO.- Un arañazo, nada más, un arañazo, pero necesita cura 
ROMEO.- No temas. Quizá sea leve la herida. 
MERCUTIO.- No es tan honda como un pozo, ni tan ancha como el pórtico de 
una iglesia, pero basta. 
MERCUTIO.- Llévame de aquí, Benvolio, que me voy a desmayar. ¡Mala 
landre devore a entrambas casas! Ya soy una gusanera. ¡Maldita sea la 
discordia de Capuletos y Montescos! (Vanse.) 
ROMEO.- Por culpa mía sucumbe este noble caballero, 
BENVOLIO (que vuelve). - ¡Ay, Romeo! Mercutio ha muerto. Aquella alma 
audaz, que hace poco despreciaba la tierra, se ha lanzado ya a las nubes. 
Por allí vuelve Teobaldo. 
ROMEO.- Vuelve vivo y triunfante. ¡Y Mercutio muerto! Huye de mí, dulce 
templanza. Sólo la ira guíe mi brazo. 
TEO BALDO.- Pues vete a acompañarle tú, necio, que con él ibas siempre. 
ROMEO.- Ya lo decidirá la espada. (Se baten, y cae herido Teobaldo.) 
BENVOLIO.- Huye, Romeo. La gente acude y Teobaldo está muerto. Si te 
alcanzan, vas a ser condenado a muerte. No te detengas como pasmado. Huye, 
huye. 
ROMEO.- Soy triste juguete de la suerte. 
BENVOLIO.- Huye, Romeo. (Acude gente.) 
CIUDADANO 1°.- ¿Por dónde habrá huido Teobaldo, el asesino de Mercutio? 
BENVOLIO.- Ahí yace muerto Teobaldo. 
CIUDADANO 1°.- Seguidme todos. En nombre del Príncipe lo mando. 
(Entran el Príncipe con sus guardias, Montescos, Capuletos, etc.) 
EL PRINCIPE.- ¿Dónde están los promovedores de esta reyerta? 
BENVOLIO.- Ilustre Príncipe, yo puedo referiros todo lo que aconteció. 
Teobaldo mató al fuerte Mercutio, vuestro deudo, y Romeo mató a Teobaldo. 
LA SEÑORA DE CAPULETO.- ¡Teobaldo! ¡Mi sobrino, hijo de mi hermano! 
¡Oh, Príncipe! un Montesco ha asesinado a mi deudo. Si sois justo, dadnos 
sangre por sangre. ¡Oh, sobrino mío! 
PRINCIPE.- Dime con verdad, Benvolio. ¿Quién comenzó la pelea? 
BENVOLIO.- Teobaldo, que luego murió a manos de Romeo. 
LA SEÑORA DE CAPULETO.- No ha dicho verdad. Es pariente de los 
Montescos, y la afición que les tiene le ha obligado a mentir. 
PRINCIPE.- Él mató a Mercutio, según se infiere del relato. ¿Y quién pide 
justicia, por una sangre tan cara? 
MONTESCO.- No era Teobaldo el deudor, aunque fuese amigo de Mercutio, 
ni debía haberse tomado la justicia por su mano, hasta que las leyes decidiesen. 
PRINCIPE.- En castigo, yo te destierro. Vuestras almas están cegadas por el 
encono, y a pesar vuestro he de haceros llorar la muerte de mi deudo. Seré 
inaccesible a lágrimas y a ruegos. No me digáis palabra. Huya Romeo: porque 
si no huye le alcanzará la muerte. Levantad el cadáver. No sería clemencia 
perdonar al homicida. 

ESCENA II 

Jardín en casa de Capuleto 

(JULIETA y el AMA) 

JULIETA.- ¡Qué día tan largo! tan largo como víspera de domingo para el niño que ha de 
estrenar en él un traje nuevo. Pero aquí viene mi ama, y me traerá noticias de 
él. (Llega el ama con una escala de cuerdas.) Ama, ¿qué noticias traes? ¿Esa 
es la escala que te dijo Romeo? 
AMA.- Sí, ésta es la escala. 
JULIETA.- ¡Ay, Dios! ¿Qué sucede? ¿Por qué tienes las manos cruzadas? 
AMA.- ¡Ay, señora! murió, murió. Perdidas somos. No hay remedio... Murió. 
Le mataron. .. Está muerto. 
JULIETA.- ¿Pero cabe en el mundo tal maldad? 
AMA.- En Romeo cabe. ¿Quién pudiera pensar tal cosa de Romeo? 
JULIETA.- ¿Y quién eres tú, demonio, que así vienes a atormentarme? 
Suplicio igual sólo debe de haberle en el infierno. Dime, ¿qué pasa? 
AMA.- ¡Oh, Teobaldo amigo mío, caballero sin igual, Teobaldo! ¿Por qué he 
vivido yo para verte muerto? 
JULIETA.- Pero ¡qué confusión es ésta en que me pones! ¿Dices que Romeo 
ha muerto, y que ha muerto Teobaldo, mi dulce primo? 
AMA.- A Teobaldo mató Romeo, y éste anda desterrado. 
JULIETA.- ¡Válgame Dios! ¿Conque Romeo derramó la sangre de Teobaldo? 
¡Alma de sierpe, oculta bajo capa de flores! ¿Qué dragón tuvo jamás tan 
espléndida gruta? 
AMA.- Retírate a tu aposento. Voy a buscar a Romeo sin pérdida de tiempo. 
Está escondido en la celda de fray Lorenzo. Esta noche vendrá a verte. 
JULIETA.- Dale en nombre mío esta sortija, y dile que quiero oír su postrera 
despedida. 


ESCENA III 

Celda de Fray Lorenzo 


(FRAY LORENZO y ROMEO) 

FRAY LORENZO.- Ven, pobre Romeo. La desgracia se ha enamorado de ti, y 
el dolor se ha desposado contigo. 
ROMEO.- Decidme, padre. ¿Qué es lo que manda el Príncipe? ¿Hay alguna 
pena nueva que yo no haya sentido? 
FRAY LORENZO.- Te traigo la sentencia del Príncipe. 
ROMEO.- ¿Y cómo ha de ser si no es de muerte? 
FRAY LORENZO.- No. Es algo menos dura. No es de muerte sino de 
destierro. 
ROMEO.- ¡De destierro! Clemencia. Decid de muerte. El destierro me infunde 
más temor que la muerte. No me habléis de destierro. 
FRAY LORENZO.- Te manda salir de Verona, pero no temas: ancho es el 
mundo. 
ROMEO.- ¡Destierro! ¡Filosofía! Si no basta para crear otra Julieta, para 
arrancar un pueblo de su lugar, o hacer variar de voluntad a un príncipe, no me 
sirve de nada, ni la quiero, ni os he de oír. 
FRAY LORENZO.- ¡Ah, hijo mío! Los locos no oyen. 
ROMEO.- ¿Y cómo han de oír, si los que están en su seso no tienen ojos? 
FRAY LORENZO.- Te daré un buen consejo. 
ROMEO.- No podéis hablar de lo que no sentís. Si fuerais joven, y recién 
casado con Julieta, y la adoraseis ciegamente como yo, 
FRAY LORENZO.- Llaman. Levántate y ocúltate, Romeo. 
ROMEO.- No me levantaré. La nube de mis suspiros me ocultará de los que 
vengan. 
FRAY LORENZO.- ¿No oyes? ¿Quién va?. . . Levántate, Romeo, que te van a 
prender.... Ya voy. .. Levántate. Pero, Dios mío, ¡qué terquedad, qué locura! Ya 
voy. ¿Quién llama? ¿Qué quiere decir esto? 
AMA (dentro).- Dejadme entrar. Traigo un recado de mi ama Julieta. 
FRAY LORENZO.- Bien venida seas. (Entra el ama.) 
AMA.- Decidme, santo fraile. ¿Dónde está el esposo y señor de mi señora? 
FRAY LORENZO.- Mírale ahí tendido en el suelo y apacentándose de sus 
lágrimas. 
AMA.- Lo mismo está mi señora: enteramente igual. 
FRAY LORENZO.- ¡Funesto amor! ¡Suerte cruel! 
AMA.- Lo mismo que él: llorar y gemir. Levantad, levantad del suelo: 
tened firmeza varonil. Por amor de ella, por amor de Julieta. Levantaos, y no 
lancéis tan desesperados lamentos. 
ROMEO.- Ama. 
AMA.- Señor, la muerte lo acaba todo. 
ROMEO.- Decías no sé qué de Julieta. ¿Qué es de ella? ¿No llama asesino a mí 
que manché con sangre la infancia de nuestra ventura? ¿Dónde está? ¿Qué 
dice? 
AMA.- Nada, señor. Llorar y más llorar. Unas veces se recuesta en el lecho, 
otras se levanta, grita: “Teobaldo, Romeo”, y vuelve a acostarse. 
FRAY LORENZO.- Detén esa diestra homicida. ¿Eres hombre? Tu exterior 
dice que sí, pero tu llanto es de mujer, y tus acciones de bestia falta de libre 
albedrío. 
AMA.- Toda la noche me estaría oyéndoos. ¡Qué gran cosa es el saber! Voy a 
animar a mi ama con vuestra venida. 
ROMEO.- Sí: dile que se prepare a reñirme. 
AMA.- Toma este anillo que ella me dio, y vete, que ya cierra la noche. (Vase) 

ROMEO.- Ya renacen mis esperanzas. 
FRAY LORENZO.- Adiós. No olvides lo que te he dicho. Sal antes que 
amanezca, y si sales después, vete disfrazado; 
la mano. Buenas noches. 

ESCENA IV 

Sala en casa de Capuleto 


(CAPULETO, SU MUJER, el AMA y CRIADOS) 


CAPULETO.- la reciente desgracia me ha impedido hablar con mi hija. Tanto 
ella como yo queríamos mucho a Teobaldo. 
PARIS.- Ni es ésta ocasión de galanterías sino de duelo. Dad mis recuerdos a 
vuestra hija. 
CAPULETO.- Paris, os prometo solemnemente la mano de mi hija. Creo que 
ella me obedecerá. Puedo asegurároslo. Esposa mía, antes de acostarse, ve a 
contarle el amor de Paris, y dile que el miércoles próximo... Pero, ¿qué día es 
hoy? 
PARIS.- Lunes. 
CAPULETO.- ¡lunes! Pues no puede ser el miércoles. Que sea el jueves. Dile 
que el jueves se casará con el conde. ¿Estáis contentos? No tendremos fiesta. 
Sólo convidaré a los íntimos, porque estando tan fresca la muerte de Teobaldo, 
PARIS.- ¡Ojalá fuese mañana! 
CAPULETO.- Adelante pues: que sea el jueves. Avisa a Julieta, antes de 
acostarte. Adiós, amigo. Alumbradme. Voy a mi alcoba. Es tan tarde, que 
pronto amanecerá. Buenas noches. 

ESCENA V 



Galería cerca del cuarto de Julieta, con una ventana que da al jardín 


(ROMEO y JULIETA) 


JULIETA.- ¿Tan pronto te vas? Aún tarda el día. Es el canto del ruiseñor, no el 
de la alondra el que resuena. 
ROMEO.- Es la alondra que anuncia el alba; no es el ruiseñor. Mira, amada 
mía, cómo se van tiñendo las nubes del oriente con los colores de la aurora. JULIETA.- Sí, vete, que es la alondra la que canta con voz áspera y 
destemplada. ¡
AMA.- ¡Julieta! 
JULIETA.- ¡Ama! 
AMA.- Tu madre viene. Ya amanece. Prepárate y no te descuides. 
ROMEO.- ¡Un beso! ¡Adiós, y me voy! (Vase por la escala.) 
JULIETA.- ¿Te vas? Mi señor, mi dulce dueño, dame nuevas de ti todos los 
días, a cada instante. Tan pesados corren los días infelices, que temo envejecer 
antes de tornar a ver a mi Romeo. 
ROMEO.- Adiós. Te mandaré noticias mías y mi bendición por todos los 
medios que yo alcance. 
JULIETA.- ¿Crees que volveremos a vernos? 
ROMEO.- Sí, y que en dulces coloquios de amor recordaremos nuestras 
angustias de ahora. 
JULIETA.- ¡Válgame Dios! ¡Qué présaga tristeza la mía! Parece que te veo 
difunto sobre un catafalco. Aquel es tu cuerpo, o me engañan los ojos. 
ROMEO.- Pues también a ti te ven los míos pálida y ensangrentada. ¡Adiós, 
adiós! (Vase) 
JULIETA.- ¡Oh, fortuna! te llaman mudable: a mi amante fiel poco le importan 
tus mudanzas. Sé mudable en buena hora, y así no le detendrás y me le 
restituirás luego. 
SEÑORA DE CAPULETO (dentro). - Hija, ¿estás despierta? 
JULIETA.- ¿Quién me llama? Madre, ¿estás despierta todavía o te levantas 
ahora? ¿Qué novedad te trae a mí? (Entra la señora Capuleto.) 

SEÑORA DE CAPULETO.- ¿Qué es esto, Julieta? 
JULIETA.- Estoy mala. 
SEÑORA DE CAPULETO.- ¿todavía lloras la muerte de tu primo? ¿Crees que 
tus lágrimas pueden devolverle la vida? Vana esperanza. Cesa en tu llanto, que 
aunque es signo de amor, parece locura. 
JULIETA.- Dejadme llorar tan dura suerte. 
SEÑORA DE CAPULETO.- Eso es llorar la pérdida y no al amigo. 
JULIETA.- Llorando la pérdida, lloro también al amigo. 
SEÑORA DE CAPULETO.- Más que por el muerto ¿lloras por ese infame que 
le ha matado? 
JULIETA.- ¿Qué infame, madre? 
SEÑORA DE CAPULETO.- Romeo. 
JULIETA (aparte).- ¡Cuánta distancia hay entre él y un infame! (Alto.) Dios le 
perdone como le perdono yo, aunque nadie me ha angustiado tanto como él. 
SEÑORA DE CAPULETO.- Eso será porque todavía vive el asesino. 
SEÑORA DE CAPULETO.- Hija, tu padre es tan bueno que, deseando 
consolarte, te prepara un día de felicidad que ni tú ni yo esperábamos. 
JULIETA.- ¿Y qué día es ése? 
SEÑORA DE CAPULETO.- Pues es que el jueves, por la mañana temprano, el 
conde Paris, ese gallardo y discreto caballero, se desposará contigo en la iglesia 
de San Pedro. 
JULIETA.- Decid a mi padre, señora, que todavía no quiero 
casarme. Cuando lo haga, con juramento os digo que antes será mi esposo 
Romeo, 
SEÑORA DE CAPULETO.- Aquí viene tu padre. Díselo tú, y verás cómo no 
le agrada. (Entran Capuleto y el ama.) 
CAPULETO.- ¿Eh? ¿Qué es eso, esposa mía? ¿Qué es eso de no querer y no 
agradecer? ¿Pues no la enorgullece el que la hayamos encontrado para esposo 
un tan noble caballero? 
JULIETA.- Padre mío, de rodillas os pido que me escuchéis una palabra sola. 
CAPULETO.- ¡Escucharte! ¡Necia, malvada! Oye, el jueves irás a San Pedro, o 
no me volverás a mirar la cara 
JULIETA.- ¡Válgame Dios! Ama mía, ¿qué haré? 
AMA.- Sólo te diré una cosa. Romeo está desterrado, y puede apostarse doble 
contra sencillo a que no vuelve a verte, o vuelve ocultamente, en caso de 
volver. 
JULIETA.- Por nada. Buen consuelo me has dado. Vete, di a mi madre que he 
salido. Voy a confesarme con fray Lorenzo, por el enojo que he dado a mi 
padre. 

ACTO IV 


ESCENA PRIMERA 

Celda de fray Lorenzo 


(FRAY LORENZO y PARIS) 


FRAY LORENZO.- ¿El jueves dices? Pronto es. 
PARIS.- Así lo quiere Capuleto, y yo lo deseo también. 
FRAY LORENZO.- ¿Y todavía no sabéis si la novia os quiere? Mala manera 
es ésa de hacer las cosas, a mi juicio. 
PARIS.- Ella no hace más que llorar por Teobaldo y no tiene tiempo para 
pensar en amores, 
FRAY LORENZO (aparte). - ¡Ojalá no supiera yo las verdaderas causas de la 
tardanza! Conde Paris, he aquí la dama que viene a mi celda. 
PARIS.- Bien hallada, señora y esposa mía. 
JULIETA.- Lo seré cuando me case. 
PARIS.- Eso será muy pronto: el jueves. 
JULIETA.- Será lo que sea. 
PARIS.- Claro es. ¿Venís a confesaros con el padre? 
JULIETA.- Con vos me confesaría, si os respondiera. 
PARIS.- No me neguéis que me amáis. 
JULIETA.- No os negaré que quiero al padre. 
PARIS.- Y le confesaréis que me tenéis cariño. 
FRAY LORENZO.- Pobre niña, dispuesto estoy a oírte ahora. Dejadnos solos, 
conde. 
PARIS.- No seré yo quien ponga obstáculos a tal devoción. Julieta, adiós. El 
jueves muy temprano te despertaré. (Vase.) 
JULIETA.- Cerrad la puerta, padre, y venid a llorar conmigo: ya no hay 
esperanza ni remedio. 
FRAY LORENZO.- Julieta, ya sé cuál es tu angustia, y también ella me tiene 
sin alma. Sé que el jueves quieren casarte con el Conde. 
JULIETA.- Padre, no me digáis que dicen tal cosa, si al mismo tiempo no 
discurrís en vuestra sabiduría y prudencia, algún modo de evitarlo. Y si vos no 
me consoláis, yo con un puñal sabré remediarme. 
FRAY LORENZO.- Hija mía, detente. Aún veo una esperanza, pero tan remota 
y tan violenta, como es violenta tu situación actual. 
JULIETA.- Padre, a trueque de no casarme con Paris, mandadme que me arroje 
de lo alto de una torre, que recorra un camino infestado por bandoleros 
Todo lo haré, por terrible que sea, antes que ser infiel al 
juramento que hice a Romeo. 
FRAY LORENZO.- Bien: vete a tu casa, fíngete alegre: di que te casarás con 
Paris. Mañana es miércoles: por la noche quédate sola, sin que te acompañe ni 
siquiera tu ama, y cuando estés acostada, bebe el licor que te doy en esta 
ampolleta. Un sueño frío embargará tus miembros. No pulsarás ni alentarás, ni 
darás señal alguna de vida. 
JULIETA.- Dame la ampolleta, y no hablemos de temores. 
FRAY LORENZO.- Tómala. Valor y fortuna. Voy a enviar a un lego con una 
carta a Mantua. 
JULIETA.- Dios me dé valor, aunque ya le siento en mí. Adiós, padre mío. 

ESCENA II 

Habitación de Julieta 


(JULIETA y su MADRE) 


JULIETA.- este traje está mejor, pero yo quisiera quedarme sola 
esta noche, para pedir a Dios en devotas oraciones que me ilumine y guíe en 
estado tan lleno de peligros. 
SEÑORA DE CAPULETO.- Bien trabajáis. ¿Queréis que os ayude? 
JULIETA.- No, madre. Ya estarán escogidas las galas que he de vestirme 
mañana. 
SEÑORA DE CAPULETO.- Buenas noches, hija. Vete a descansar, que falta 
te hace. (Vase.) 
JULIETA.- ¡Adiós! ¡Quién sabe si volveremos a vernos! Un miedo helado 
corre por mis venas y casi apaga en mí el aliento vital. Ven a mis manos, ampolla. Y si este licor no produjese su efecto, ¿tendría yo que ser 
esposa del Conde? No, no, jamás: tú sabrás impedirlo. Aquí, aquí le tengo 
guardado. (Señalando el puñal.) ¿Y si este licor fuera un veneno preparado por 
el fraile para matarme y eludir su responsabilidad por haberme casado con 
Romeo? Pero mi temor es vano. ¡Si dicen que es un santo! ¡Lejos de mí tan 
ruines pensamientos! 




ESCENA III 

Casa de Capuleto 


CAPULETO.- Dice bien, a fe mía. ¡Es gracioso ese galopín! Por vida mía. Ya 
amanece. Pronto llegará Paris con música, según anunció. ¡Ahí está! ¡Ama, 
mujer mía, venid aprisa! (Suena música.) (Al ama.) Vete, despierta y viste a 
Julieta, mientras yo hablo con Paris. Y no te detengas mucho, que el novio 
llega. No te detengas. 


ESCENA IV 

Aposento de Julieta. Ésta, en el lecho 


(El AMA y la SEÑORA) 


AMA.- ¡Señorita, señorita! ¡Cómo duerme! ¡Señorita, novia, cordero mío! 
¿No despiertas? Haces bien: duerme para ocho días, que mañana ya se 
encargará Paris de no dejarte dormir. ¡Válgame Dios, y cómo duerme! Pero es 
necesario despertarla. ¡Señorita, señorita! No falta más sino que venga el 
Conde y te halle en la cama. Bien te asustarías. Dime, ¿no es verdad? ¿Vestida 
estás, y te volviste a acostar? ¿Cómo es esto? ¡Señorita, señorita!... ¡Válgame 
Dios! ¡Socorro, que mi ama se ha muerto! ¿Por qué he vivido yo para ver esto? 
Maldita sea la hora en que nací. ¡Esencias, pronto! ¡Señor, señora, acudid! 
SEÑORA DE CAPULETO.- (Entrando.) ¿Por qué tal alboroto? 
AMA.- ¡Día aciago! 
SEÑORA DE CAPULETO.- ¿Qué sucede? 
AMA.- Ved, ved. ¡Aciago día! 
SEÑORA DE CAPULETO.- ¡Dios mío, Dios mío! ¡Pobre niña! ¡Vida mía! 
Abre los ojos, o déjame morir contigo. ¡Favor, favor! (Entra Capuleto.) 
CAPULETO.- ¿No os da vergüenza? Ya debía de haber salido Julieta. Su 
novio la está esperando. 
AMA.- ¡Si está muerta! ¡Aciago día! 
SEÑORA DE CAPULETO.- ¡Aciago día! ¡Muerta, muerta! 
CAPULETO.- ¡Dejádmela ver! ¡Oh, Dios! que espanto, ¡Helada su sangre, 
rígidos sus miembros! Huyó la rosa de sus labios. ¡Yace tronchada como la flor 
por prematura y repentina escarcha! ¡Hora infeliz! 
AMA.- ¡Día maldito! 
SEÑORA DE CAPULETO.- ¡Aciago día! 
CAPULETO.- La muerte que fiera la arrebató, traba mi lengua e impide mis 
palabras. (Entran fray Lorenzo, Paris y músicos.) 
FRAY LORENZO.- ¿Cuándo puede ir la novia a la iglesia? 
CAPULETO.- Sí irá, pero para quedarse allí. En vísperas de boda, hijo mío, 
vino la muerte a llevarse a tu esposa, flor que deshojó inclemente la Parca. 
PARIS.- ¡Yo que tanto deseaba ver este día, y ahora es tal vista la que me 
ofrece! 
SEÑORA DE CAPULETO.- ¡Infeliz, maldito, aciago día! ¡Hora la más terrible 
que en su dura peregrinación ha visto el tiempo! ¡Una hija sola! ¡Una hija 
sola, y la muerte me la lleva! ¡Mi esperanza, mi consuelo, mi ventura! ... 
AMA.- ¡Día aciago y horroroso, el más negro que he visto nunca! ¡El más 
horrendo que ha visto el mundo! ¡Aciago día! 
PARIS.- ¡Y yo burlado, herido, descasado, atormentado! ¡Cómo te mofas de 
mí, cómo me conculcas a tus plantas, fiera muerte! ¡Ella, mi amor, mi vida, 
muerta ya! 
CAPULETO.- ¡Y yo despreciado, abatido, muerto! Tiempo cruel, ¿por qué 
viniste con pasos tan callados a turbar la alegría de nuestra fiesta? ¡Hija mía!, 
FRAY LORENZO.- Callad, que no es la queja remedio del dolor. Antes vos y 
el cielo poseíais a esa doncella: ahora el cielo solo la posee, y en ello gana la 
doncella. Retiraos, señor, y vos, señora, y vos, conde Paris. 
Prepárense todos a enterrar este cadáver. Sin duda el cielo está enojado con 
vosotros. Ved si con paciencia y mansedumbre lográis desarmar su cólera. 
MÚSICO 1°.- Recojamos los instrumentos, y vámonos. 
AMA.- Recogedlos sí, buena gente. Ya veis que el caso no es para música. 
MÚSICO 1°.- Más alegre podía ser. 





ACTO V 

ESCENA PRIMERA 

Calle de Mantua 


(ROMEO y BALTASAR) 


ROMEO.-Soñé con mi 
esposa y que me encontraba muerto. ¡Raro fenómeno: que piense un cadáver! 
Pero con sus besos me hubiera trocado por un emperador. ¡Oh, cuan dulces 
serán las realidades del amor, cuando tanto lo son las sombras! (Entra 
Baltasar.) ¿Traes alguna nueva de Verona? ¿Te ha dado Fray Lorenzo alguna 
carta para mí? ¿Cómo está mi padre? ¿Y Julieta? Nada malo puede sucederme 
si ella está buena. 
BALTASAR.- Pues ya nada malo puede sucederte, porque su cuerpo reposa en 
el sepulcro, y su alma está con los ángeles. Yace en el panteón de su familia. Y 
perdonadme que tan pronto haya venido a traeros tan mala noticia, pero vos 
mismo, señor, me encargasteis que os avisara de todo. 
ROMEO.- ¿Será verdad? ¡Cielo cruel, yo desafío tu poder! Dadme papel y 
plumas. Busca esta tarde caballos, y vámonos a Verona esta noche. 
BALTASAR.- Señor, dejadme acompañaros, porque vuestra horrible palidez 
me anuncia algún mal suceso. 
ROMEO.- Nada de eso. Déjame en paz y obedece. ¿No traes para mi carta de 
Fray Lorenzo? 
BALTASAR.- Ninguna. (SE VA) 
ROMEO.- Sí, Julieta, esta noche descansaremos juntos. ¿Pero cómo? ¡Ah, 
infierno, cuan presto vienes en ayuda de un ánimo desesperado! Ahora me 
acuerdo que cerca de aquí vive un boticario de torvo ceño y mala catadura gran 
herbolario de yerbas medicinales. 
Yo, al ver tal miseria, he pensado que aunque está prohibido, so pena de 
muerte, el despachar veneno, quizá este infeliz, si se lo pagaran, lo vendería. 
Bien lo pensé, y ahora voy a ejecutarlo. Cerrada tiene la botica. ¡Hola, eh! 
(Sale el Boticario.) 

BOTICARIO.- ¿Quién grita? 
ROMEO.- Oye. Tu pobreza es manifiesta. Cuarenta ducados te daré por una 
dosis de veneno tan activo que, apenas circule por las venas, extinga el aliento 
vital tan rápidamente como una bala de cañón. 
BOTICARIO.- Tengo esos venenos, pero las leyes de Mantua condenan a 
muerte al que los venda. 
ROMEO.- Y en tu pobreza extrema ¿qué te importa la muerte? Bien clara se ve 
el hambre en tu rostro, y la tristeza y la desesperación. ¿Tiene el mundo alguna 
ley, para hacerte rico? Si quieres salir de pobreza, rompe la ley y recibe mi 
dinero. 
BOTICARIO.- Mi pobreza lo recibe, no mi voluntad. 
ROMEO.- Yo no pago tu voluntad, sino tu pobreza. 
BOTICARIO.- Este es el ingrediente: desleídlo en agua o en un licor 
cualquiera, bebedlo, y caeréis muerto en seguida, aunque tengáis la fuerza de 
veinte hombres. 
ROMEO.- Recibe tú el dinero. Él es la verdadera ponzoña, engendradora de 
más asesinatos que todos los venenos que no debes vender. La venta la he 
hecho yo, no tú. Adiós: compra pan, y cúbrete. No un veneno, sino una bebida 
consoladora llevo conmigo al sepulcro de Julieta. 


ESCENA II 

Celda de fray Lorenzo 


(FRAY JUAN y FRAY LORENZO) 


FRAY JUAN.- ¡Hermano mío, santo varón! 
FRAY LORENZO.- Sin duda es Fray Juan el que me llama. Bien venido seáis 
de Mantua; ¿qué dice Romeo? Dadme su carta, si es que traéis alguna. 
FRAY JUAN.- Busqué a un fraile descalzo de nuestra orden, para que me 
acompañara. Al fin le encontré, curando enfermos. La ronda, al vernos salir de 
una casa, temió que en ella hubiese peste. Sellaron las puertas, y no nos dejaron 
salir. Por eso se desbarató el viaje a Mantua. 
FRAY LORENZO.- ¿Y quién llevó la carta a Romeo? 
FRAY JUAN.- Nadie: aquí está. No pude encontrar siquiera quien os la 
devolviese. Tal miedo tenía todos a la peste. 
FRAY LORENZO.- ¡Qué desgracia! ¡Por vida de mi padre San Francisco! Y 
no era carta inútil, sino con nuevas de grande importancia. Puede ser muy 
funesto el retardo. Fray Juan, búscame en seguida un azadón y llévale a mi 
celda. 
FRAY JUAN.- En seguida, hermano. (Vase.) 
FRAY LORENZO.- Sólo tengo que ir al cementerio, porque dentro de tres 
horas ha de despertar la hermosa Julieta de su desmayo. Mucho se enojará 
conmigo porque no di oportunamente aviso a Romeo. Volveré a escribir a 
Mantua, y entre tanto la tendré en mi celda esperando a Romeo. ¡Pobre cadáver 
vivo encerrado en la cárcel de un muerto! 

ESCENA III 


Cementerio, con el panteón de los capuletos 


(PARIS y un PAJE con flores y antorchas) 


PARIS.- Dame una tea. Apártate: no quiero ser visto. Ponte al pie de aquel 
arbusto y estáte con el oído fijo en la tierra, para que nadie huelle el movedizo 
suelo del cementerio, sin notarlo yo. Apenas sientas a alguno, da un silbido. 
Dame las flores, y obedece. 
PAJE.- Así lo haré; (aparte) aunque mucho temor me da el quedarme solo en 
este cementerio. 
PARIS.- Vengo a cubrir de flores el lecho nupcial de la flor más hermosa que 
salió de las manos de Dios. Hermosa Julieta, que moras entre los coros de los 
ángeles, 
¿Qué pie infernal es el que se llega de noche a interrumpir mis 
piadosos ritos? ¡Y trae una tea encendida! ¡Noche, cúbreme con tu manto! 
(Entran Romeo y Baltasar.) 

ROMEO.- Dame ese azadón y esa palanca. Toma esta carta. Apenas amanezca, 
procurarás que la reciba Fray Lorenzo. Dame la luz, y si en algo estimas la 
vida, nada te importe lo que veas u oigas, ni quieras estorbarme en nada. La 
principal razón que aquí me trae no es ver por última vez el rostro de mi 
amada, sino apoderarme del anillo nupcial que aún tiene en su dedo, y llevarle 
siempre como prenda de amor. Aléjate, pues. Y si la curiosidad te mueve a 
seguir mis pasos, júrote que he de hacerte trizas, y esparcir tus miembros 
desgarrados por todos los rincones de este cementerio. Más negras y feroces 
son mis intenciones, que tigres hambrientos o mares alborotados. 
BALTASAR.- En nada pienso estorbaros, señor. 
ROMEO.- Es la mejor prueba de amistad que puedes darme. Toma, y sé feliz, 
amigo mío. 
BALTASAR.- (Aparte.) Pues, a pesar de todo, voy a observar lo que hace; 
porque su rostro y sus palabras me espantan. 
ROMEO.- ¡Abominable seno de la muerte, que has devorado la mejor prenda 
de la tierra, aún has de tener mayor alimento! (Abre las puertas del sepulcro.) 

PARIS.- Este es Montesco, el atrevido desterrado, el asesino de Teobaldo, del 
primo de mi dama, que por eso murió de pena, según dicen. Sin duda ha venido 
aquí a profanar los cadáveres. ¿Por qué no te rindes, malvado proscrito? Sígueme, que has de morir. 
ROMEO.- Sí: a morir vengo. Noble joven, no tientes a quien viene ciego y 
desalentado. Huye de mí: déjame; acuérdate de los que fueron y no son. 
Acuérdate y tiembla, no me provoques más, joven insensato. Por Dios te lo 
suplico. No quieras añadir un nuevo pecado a los que abruman mi cabeza. 
PARIS.- ¡Vil desterrado, en vano son esas súplicas! 
ROMEO.- ¿Te empeñas en provocarme? Pues muere... (Pelean.) 
PAJE.- ¡Ay, Dios! pelean: voy a pedir socorro. (Vase. Cae herido Paris.) 
PARIS.- ¡Ay de mí, muerto soy! 
ROMEO.- Esposa mía, amor mío, la muerte que ajó el 
néctar de tus labios, no ha podido vencer del todo tu hermosura. Todavía 
irradia en tus ojos y en tu semblante, donde aún no ha podido desplegar la 
muerte su odiosa bandera. Ahora quiero calmar la sombra de Teobaldo, que 
yace en ese sepulcro. La misma mano que cortó tu vida, va a cortar la de tu 
enemigo. Julieta, ¿por qué estás aún tan hermosa? ¿Será que el descarnado 
monstruo te ofrece sus amores y te quiere para su dama? Para impedirlo, 
dormiré contigo en esta sombría gruta de la noche, en compañía de esos 
gusanos, que son hoy tus únicas doncellas. Brindemos por mi dama. ¡Oh, cuán portentosos 
son los efectos de tu bálsamo, alquimista veraz! Así, con este beso... muero. 
(Cae. Llega fray Lorenzo.) 
FRAY LORENZO.- ¡Por San Francisco y mi santo hábito! ¡Esta noche mi 
viejo pie viene tropezando en todos los sepulcros! ¿Quién a tales horas 
interrumpe el silencio de los muertos? 
BALTASAR.- Un amigo vuestro, y de todas veras, y allí se encuentra mi amo, a quien tanto queréis. 
FRAY LORENZO.- ¿De quién hablas? 
BALTASAR.- De Romeo. 
FRAY LORENZO.- ¿Y cuánto tiempo hace que ha venido? 
BALTASAR.- Una media hora. 
FRAY LORENZO.- Sígueme. 
BALTASAR.- ¿Y cómo, padre, si mi amo cree que no estoy aquí, y me ha 
amenazado con la muerte, si yo le seguía? 
FRAY LORENZO.- Pues quédate, e iré yo solo. ¡Dios mío! Alguna catástrofe 
temo. ¡Romeo! Pero ¡Dios mío! ¿Qué sangre es ésta en las 
gradas del monumento? ¿Qué espadas éstas sin dueño, y tintas todavía de 
sangre? (Entra en el sepulcro.) ¡Romeo! ¡Pálido está como la muerte! ¡Y Paris 
cubierto de sangre!... La doncella se mueve. (Despierta Julieta.) 

JULIETA.- Padre, ¿dónde está mi esposo? Ya recuerdo dónde debía yo estar y 
allí estoy. Pero ¿dónde está Romeo, padre mío? 
FRAY LORENZO Tu esposo yace muerto a tu lado, y Paris muerto también. 
Sígueme a un devoto convento y nada más me digas, porque la gente se acerca. 
Sígueme, Julieta, que no podemos detenernos aquí. 
JULIETA.- Yo aquí me quedaré. ¡Esposo mío! Mas ¿qué veo? Una copa tiene 
en las manos. Con veneno ha apresurado su muerte. ¡Cruel! no me dejó ni una 
gota que beber. Pero besaré tus labios que quizá contienen algún resabio del 
veneno. Él me matará y me salvará. (Le besa.) Aún siento el calor de sus 
labios. 
ALGUACIL 1°.- (Dentro.) ¿Dónde está? Guiadme. 
JULIETA.- Siento pasos. Necesario es abreviar. (Coge el puñal de Romeo.) 
¡Dulce hierro, descansa en mi corazón, mientras yo muero! (Se hiere y cae 
sobre el cuerpo de Romeo. Entran la ronda y el paje de Paris.) 

PAJE.- Aquí es donde brillaba la luz. 
ALGUACIL 1°.- Recorred el cementerio. Huellas de sangre hay. Prended a 
todos los que encontréis. ¡Horrenda vista! Muerto Paris, y Julieta, a quien hace 
dos días enterramos por muerta, se está desangrando, caliente todavía. Llamad 
al Príncipe, y a los Capuletos y a los Montescos. Sólo vemos cadáveres, pero 
no podemos atinar con la causa de su muerte. (Traen algunos a Baltasar.) 

ALGUACIL 2°.- Este es el escudero de Romeo, y aquí le hemos encontrado. 
ALGUACIL 1°.- Esperemos la llegada del Príncipe. (Entran otros con fray 
Lorenzo.) 

ALGUACIL 3°.- Tembloroso y suspirando hemos hallado a este fraile cargado 
con una palanca y un azadón; salía del cementerio. 
ALGUACIL 1°.- Sospechoso es todo eso: detengámosle. (Llegan el Príncipe y 
sus guardas.) 

PRINCIPE.- ¿Qué ha ocurrido para despertarme tan de madrugada? (Entran 
Capuleto, su mujer, etc.) 

CAPULETO.- ¿Qué gritos son los que suenan por esas calles? 
SEÑORA CAPULETO.- Unos dicen “Julieta”, otros “Romeo”, otros “Paris”, y 
todos corriendo y dando gritos, se agolpan al cementerio. 
PRINCIPE.- ¿Qué historia horrenda y peregrina es ésta? 
ALGUACIL 1°.- Príncipe, ved. Aquí están el conde Paris y Romeo, 
violentamente muertos y Julieta, caliente todavía y desangrándose. 
PRINCIPE.- ¿Averiguasteis la causa de estos delitos? 
ALGUACIL 1°.- Sólo hemos hallado a un fraile y al paje de Romeo, cargados 
con picos y azadones propios para levantar la losa de un sepulcro. 
CAPULETO.- ¡Dios mío! Esposa mía, ¿no ves correr la sangre de nuestra hija? 
Ese puñal ha errado el camino: debía haberse clavado en el pecho del Montesco 
y no en el de nuestra inocente hija. 
SEÑORA CAPULETO.- ¡Dios mío! Siento el toque de las campanas que guían 
mi vejez al sepulcro. (Llegan Montesco y otros.) 
PRINCIPE.- Mucho has amanecido, Montesco, pero mucho antes cayó tu 
primogénito. 
MONTESCO.- ¡Poder de lo alto! Ayer falleció mi mujer de pena por el 
destierro de mi hijo. ¿Hay reservada alguna pena más para mi triste vejez? 
PRINCIPE.- Tú mismo puedes verla. 
MONTESCO.- ¿Por qué tanta descortesía, hijo mío? ¿Por qué te atreviste á ir 
al sepulcro antes que tu padre? 
PRINCIPE.- Contened por un momento vuestro llanto, mientras busco la 
fuente de estas desdichas. Luego procuraré consolaros o acompaña-ros hasta la 
muerte. Callad entre tanto: la paciencia contenga un momento al dolor. Traed 
acá a esos presos. 
FRAY LORENZO.- Yo, el más humilde y a la vez el más respetable por mi 
estado sacerdotal, pero el más sospechoso por la hora y el lugar, voy a 
acusarme y a defenderme al mismo tiempo. 
PRINCIPE.- Decidnos lo que sepáis. 
FRAY LORENZO.- Lo diré brevemente, porque la corta vida que me queda, 
no consiente largas relaciones. Romeo se había desposado con Julieta. Yo los 
casé, y el mismo día murió Teobaldo. Esta muerte fue causa del destierro del 
desposado y del dolor de Julieta. Vos creísteis mitigarle, casándola con Paris. 
En seguida vino a mi celda, y loca y ciega me rogó que buscase una manera de 
impedir esta segunda boda, porque si no, iba a matarse en mi presencia. Yo le 
di un narcótico preparado por mí, cuyos efectos simulaban la muerte, y avisé a 
Romeo por una carta, que viniese esta noche (en que ella despertaría) a ayudarme 
a desenterrarla. Fray Juan, a quien entregué la carta, no pudo salir de 
Verona, por súbito accidente. Entonces me vine yo solo a la hora prevista, para 
sacarla del mausoleo, y llevarla a mi convento, donde esperase a su marido. 
Pero cuando llegué, pocos momentos antes de que ella despertara, hallé 
muertos a Paris y a Romeo. Despertó ella, y le rogué por Dios que me siguiese 
y respetara la voluntad suprema. Ella, desesperada, no me siguió, y a lo que 
parece, se ha dado la muerte. Hasta aquí sé. Del casamiento puede dar 
testimonio su ama. Y si yo delinquí en algo, dispuesto estoy a sacrificar mi 
vida al fallo de la ley, que sólo en pocas horas podrá adelantar mi muerte. 
PRINCIPE.- Siempre os hemos tenido por varón santo y de virtudes. Oigamos 
ahora al Criado de Romeo. 
BALTASAR.- Yo di a mi amo noticia de la muerte de Julieta. A toda prisa 
salimos de Mantua, y llegamos a este cementerio. Me dio una carta para su 
padre, y se entró en el sepulcro desatentado y fuera de sí, amenazándome con 
la muerte, si en algo yo le resistía. 
PRINCIPE.- Quiero la carta: ¿y dónde está el paje que llamo a la ronda? 
PAJE.- Mi amo vino a derramar flores sobre el sepulcro de Julieta. Yo me 
quedé cerca de allí, según sus órdenes. Llegó un caballero y quiso entrar en el 
panteón. Mi amo se lo estorbó, riñeron, y yo fui corriendo a pedir auxilio. 
PRINCIPE.- Esta carta confirma las palabras de este bendito fraile. En ella 
habla Romeo de su amor y de su muerte: dice que compró veneno a un 
boticario de Mantua, y que quiso morir, y descansar con su Julieta. ¡Capuletos, 
Montescos, ésta es la maldición divina que cae sobre vuestros rencores! No 
tolera el cielo dicha en vosotros, y yo pierdo por causa vuestra dos parientes. A 
todos alcanza hoy el castigo de Dios. 
CAPULETO.- Montesco, dame tu mano, el dote de mi hija: más que esto no 
puede pedir tu hermano. 
MONTESCO.- Y aún te daré más. Prometo hacer una estatua de oro de la 
hermosa Julieta, y tal que asombre a la ciudad. 
CAPULETO.- Y a su lado haré yo otra igual para Romeo. 
PRINCIPE.- ¡Tardía amistad y reconciliación, que alumbra un sol bien triste! 
Seguidme: aún hay que hacer más: premiar a unos y castigar a otros. Triste 
historia es la de Julieta y Romeo. 

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